¿Por qué nos resulta tan difícil actuar contra el cambio climático? Parte II

Por: George Marshall (Parte II)

Las organizaciones progresistas de la sociedad civil también evitaron la cuestión debido a sus connotaciones medioambientales. Hace dos años desafié a un activista de alto rango de Amnistía Internacional, la organización de derechos humanos más grande del mundo, a explicar por qué Amnistía no mencionaba el cambio climático en su sitio Web. Estuvo de acuerdo en que es una cuestión importante pero consideraba que Amnistía “realmente no se ocupaba de cuestiones ambientales”. En otras palabras eso estaba fuera de sus “normas de atención”.

Respuestas mucho más agresivas que estigmatizan a los ambientalistas crean mayores distancias. En una entrevista en 2007, Michael O’Leary, CEO de Ryan Air, la aerolínea de bajo costo más grande del mundo, dijo:

 “Los ambientalistas son como los locos de la paz en la década de 1970. No se puede cambiar el mundo poniéndose pantalones de jean o sandalias. Escucho todas estas estupideces acerca de bajar la calefacción central, de volver a las velas, de regresar a la Edad Oscura. Esto sólo complace su angustia y culpabilidad de clase media y mediana edad. Es simplemente otra forma de robarle a los consumidores en apuros”.

La diatriba de O´Leary—que podría ser repetido por cualquier número de comentaristas de derecha en los Estados Unidos—juega más sobre el tema de las normas culturales. Al definir el cambio climático como una cuestión ambiental que puede colocarse firmemente en el dominio de los aguafiestas santurrones que quieren quitarle a la gente los lujos que tan duramente se han ganado, su mensaje es claro: “La gente como nosotros no cree en esta basura”.

Pero, como suele ser el caso con el cambio climático, O´Leary está invocando metáforas mucho más complejas sobre la libertad y la elección. El cambio climático se presenta invariablemente como una amenaza abrumadora que requiere de gran moderación, sacrificio e intervención del Gobierno. Las metáforas que invoca son venenosas para personas que se sienten recompensadas por el capitalismo de libre mercado y desconfían de la injerencia del Gobierno. No es de extrañar que una Encuesta Estadounidense sobre el Valor del Clima de octubre de 2008 haya demostrado que tres veces más republicanos que demócratas creen que “se hace demasiado alboroto sobre el calentamiento global”. Otra encuesta realizada por la firma canadiense Haddock Research mostró que la mitad de los republicanos se niega a creer que esto sea causado por los seres humanos.

Esta polarización política se está produciendo en todo el mundo desarrollado y es una tendencia preocupante. Si una incredulidad respecto al cambio climático se convierte en una marca de identidad política de alguien, es mucho más probable que sea compartida entre las personas que se conocen y confían entre sí, haciéndose cada vez más arraigada y resistente al argumento externo.

Dicho esto, el cambio climático es un campo de movimiento rápido. Cada vez más los graves impactos climáticos reforzarán las advertencias teóricas de científicos con evidencia mucho más tangible e inmediata. Y mirando hacia atrás en la historia hay abundantes ejemplos de momentos en que las actitudes del público han cambiado súbitamente a raíz de sucesos traumáticos—como fue el caso con la entrada de EE.UU. en ambas guerras mundiales.

Mientras tanto, hay una necesidad urgente de aumentar tanto el nivel como la calidad de la participación pública. Hasta la fecha la mayor parte de la información ha sido o bien en forma de presentaciones o secos reportes jerárquicos a cargo de expertos, o bien advertencias emotivas y apocalípticas de grupos de campaña y medios de comunicación. La película An Inconvenient Truth (Una Verdad Incómoda), que se sitúa en algún lugar entre estos enfoques, reforzó las tendencias de prevención existentes de evitar el asunto: que se trataba de una cuestión mundial enorme y difícil. La película fue llevada por el encanto y la autoridad de Al Gore, pero esta dependencia de celebridades de gran alcance también le quita poder a los individuos que están, recordemos, demasiado dispuestos a aceptar que no hay ningún papel útil que ellos pueden desempeñar.

Es extraño que las comunicaciones sobre el clima parezcan estar tan profundamente arraigadas en este formato de conferencia pública del siglo XIX, especialmente en Estados Unidos, que es líder mundial en el estudio de la motivación personal. Al Gore, después de todo, perdió una campaña política contra un oponente mucho menos calificado pero cuyos asesores realmente entendieron la psicología del público estadounidense.

Cómo hacer que se involucre la gente

¿Cómo podemos energizar a las personas e impedir que se queden pasivamente al margen?

Debemos recordar que la gente sólo aceptará un mensaje desafiante si está en su propio idioma, si es congruente con sus valores y si proviene de un comunicador de confianza. Para cada público estos serán diferentes: el lenguaje y los valores de un cristiano de Lubbock serán muy diferentes de los de un liberal de Berkeley. La prioridad para los ambientalistas y científicos debe ser la de retroceder y permitir una diversidad de voces y oradores mucho más amplia.

Debemos reconocer que los más confiables transportadores de nuevas ideas no son expertos o celebridades sino gente que ya conocemos. Permitir a la gente común tomar posesión personal de la cuestión y hablar a los demás en sus propias palabras, no es sólo la mejor manera de convencer, es la mejor manera de forzar a que el cambio climático regrese a las “normas de atención” de la gente.

Y finalmente tenemos que reconocer que las personas, para iniciar un viaje, están mejor motivadas por una visión positiva de su destino—en este caso por la comprensión de los beneficios reales y personales que pueden provenir de un mundo con bajas emisiones de carbono. Sin embargo, no es suficiente preparar una proyección de diapositivas y un informe brillante, que sólo crea más distancia y se somete al prejuicio dominante contra los ambientalistas fantasiosos. La gente debe ver que los cambios necesarios se están realizando ahora a su alrededor: remodelación e instalación de aislación en los edificios de sus barrios, coches eléctricos en el camino de entrada, y en todas partes las adaptaciones físicas que necesitamos administrar para las nuevas condiciones meteorológicas. Si el gobierno de Estados Unidos tuviera una única estrategia, debería ser la de crear tal ubicuidad de cambio visible que la transición no sea sólo deseable sino inevitable. Necesitamos enfatizar que éste no es un calentamiento global distante y de difícil solución, sino un cambio climático muy cercano y rápido, y debemos proclamarlo desde cada tejado con paneles solares.

Ver artículo original «Yes Magazine»

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